PERDONAR PARA SANAR
En una ocasión escuché una conferencia en la que el “sabio ponente” hablaba sobre el enfado y el perdón. Me llamo especialmente la atención la forma en la que condujo un tema tan delicado.
Después de estar un buen rato hablando sobre el perdón, una persona asistente entre el público le hizo la siguiente pregunta:
-¿Cómo se puede perdonar a una persona que te ha hecho daño? ¿Y si no quieres hacerlo?
A lo que el experto con un toque de ironía le contesto inmediatamente:
¡No lo perdones! ¿Por qué tienes que luchar? Haz Lo que sea más fácil para ti.
-Nunca los perdones, castígate a ti mismo a través de ese enfado. El enfado es el castigo que te haces a ti mismo por los errores que cometen los demás.
Cuando no perdonas a alguien, lo que sucede es que esa misma persona se instala en tu cabeza, actuando esta vez como un inquilino que no paga su alquiler. Ahí está, día tras día en tu mente, (tu casa interior) sin pagar lo que te debe. Y tú mientras sigues enfadado, enfadada por lo que te hizo o te sigue haciendo cada día.
¿Por qué tener un inquilino con el que no te llevas bien?
Esta reflexión me hizo pensar, por un momento breve, pero intenso, viaje a mi pasado para buscar situaciones personales conflictivas que dejaron instalados en mi mente enfados crónicos.
De este tipo de enfado quiero hablar hoy, del enfado crónico, no del puntual u ocasional.
Enfadarse de manera puntual es normal y necesario.
El enfado es una emoción que, al igual que la tristeza, la ansiedad o el miedo, son emociones displacenteras, incómodas y, en la mayoría de los casos, no deseadas.
Pero lo cierto es que, todas ellas, son emociones necesarias ya que conllevan una dimensión adaptativa y de supervivencia
Las personas a las que no queremos perdonar se instalan en nuestra mente sin permiso. Lo que a veces no nos damos cuenta es de que lo hacen porque nosotros se lo permitimos, les damos el poder de hacernos daño.
No estoy diciendo que no nos tengamos que enfadar, claro que sí, tenemos que hacerlo, tenemos derecho a enfadarnos cuando nos hacen daño.
Pero a este enfado tenemos que ponerle una fecha de caducidad. Cuando nos enfadamos con alguien de manera crónica, el dolor emocional es tan grande que nos afecta a niveles que no podemos imaginar.
Somos capaces de esconder lo que sentimos por el resto de nuestra vida, aquí está el verdadero problema, que escondemos nuestro dolor para que no se note, o para que no se enteren de que te han hecho un daño irreparable, sin embargo, nosotros, ante esta actitud, somos los eternos perjudicados.
Tal vez la persona que te hizo ese daño, ya no lo recuerde, o tal vez siga haciéndote daño sin querer evitarlo. No importa lo que la otra persona hizo, haga o hará en un futuro.
Lo verdaderamente importante es lo que tú harás con aquello que te hagan los demás.
Es posible que te estés preguntando ¿Cómo puedo evitar que me hagan daño? O ¿Qué puedo hacer para no enfadarme ante las injusticias?
No puedes evitar que te hagan daño y referente a enfadarte con las injusticias, ¡hazlo! enfádate, ¡claro que sí! Si te han defraudado, engañado o manipulado, tienes derecho a enfadarte.
Pero después de un tiempo, por tu bien, gestiona lo que sientes con referencia a ese enfado.
Lo cierto es que no tenemos el control sobre lo que las personas nos dicen o hacen. Jamás lo tendremos.
Lo que sí que tenemos es el control sobre lo que nosotros decimos o hacemos. Aquí se encuentra nuestro poder.
Si todavía estás enfadado con alguien que te hizo daño en el pasado, por tu bien, gestiona ese enfado. El enfado es un estado interno que no te deja vivir en paz y armonía.
Si ya no tienes relación con la persona que te daño o ya no forma parte de tu vida, no te preocupes, no hace falta que hables con ella, ni siquiera tienes que retomar la relación que tenías en un pasado. Perdonar no significa olvidar, ni encontrar excusas para el daño que te hicieron, tampoco implica reconciliarte con la persona que te causó el daño. No es necesario.
Perdonar no es un reto fácil. De hecho, suele complicarse más cuanto más cercana es la persona que nos ha causado el daño.
Para gestionar este enfado crónico es necesario perdonarte por el daño que te estás haciendo a ti mismo con ese rencor o remordimiento. Lo primero que tienes que hacer es conversar contigo mismo, analizar la situación.
Para perdonar solo nos hace falta un acto de humildad hacia uno mismo.
Recuerda que el enfado está dentro de ti, te reconcome y actúa como una termita que va descomponiendo nuestra casa interna casi sin darnos cuenta.
Hay que perdonar para no seguir sufriendo. Perdonamos para sanarnos a nosotros, no para indultar la pena al culpable. Se trata de soltar la carga emocional para liberarnos de ella.
Perdonar va más allá de todo esto, perdonar de forma interna y sincera te da un tipo de paz que te ayuda a continuar con tu vida sin rencores.
No dejes que tu enfado robe tu paz interior. Por tu bien, date el lujo de soltar cargas innecesarias para disfrutar de nuevas y mejores relaciones personales.
¡Te lo mereces!
Espero que te inspire esta reflexión, si te ha gustado compártela con aquellos que la necesiten. Compartir es vivir.
Te deseo un estupendo día.